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Acercas de nuevo tu mirada a la mía. Me sonríes, pícaro, y tus dedos rozan, casi de manera accidental, mi pecho. Me estremezco y por un segundo me distraigo y aprovechas el descuido para besarme.
Tus labios se apoderan de los míos, tu lengua escruta el laberinto de mi boca. Me paladeas, como si fuera el mejor de los vinos, buscas los matices, y me bebes con la sed del que desea embriagarse de pasión. Me separo un segundo del abrazo de tus labios y busco tu mirada, pero vuelves de nuevo a enredarte en un beso prolongado y empiezo a perder la noción del tiempo.
Tu mano recorre mi espalda, mi nuca, se enreda en mi pelo y vuelve de nuevo a mi nuca para ceñirme a ti, con la vehemencia del tiempo en que no me has gozado, y es tu abrazo quien me confiesa cuanto me echabas de menos.
Separas tus labios de mi boca y recorres con ellos el linde de mi cara, para regocijarte en mi cuello, asumiéndolo, asediando cada centímetro de piel, y tus manos recorren mi cintura, buscan mis caderas, aprehendiendo para sí todo lo que encuentran.
Me abrazas un momento y me susurras al oído esas palabras que no me dirías nunca en voz alta. Vuelves a tomar mi cuerpo que ya es tuyo y me llevas, sin mediar palabra, a tu cama, tu territorio, y sé que aceptaré sin miramientos tu pleitesía, mientras te entregas de nuevo al vicio de mis caricias, a la adicción de mis besos, al exceso de beberte mi cuerpo entero, a la tentación de que mi lengua recorra toda tu piel sin recato, y a pesar del frío que hace fuera, entre tu cuerpo y el mío el calor es extremo.
Te rindes a mis manos, que juegan contigo, te acarician, te provocan, y luego te dejan con las ganas de más, y me suplicas que no pare, y yo, perversa, te hago sufrir lo justo, para volver a devorarte luego, con el ansia que confiesa cuanto te echaba de menos.
Cambias las tornas y me abates, ahora mandas tú y me sometes a tus labios. Pierdo el control, dominada por tu lengua y me entrego extenuada en convulsiones de placer, pero no me das tregua, sigues acariciándome, cabalgas sobre mí, domándome a puro fuego.
Te doblego ahora, te dejas vencer y yo marco el ritmo, llevándote al mismo cielo y dejándote descender luego para volver a elevarte una vez tras otra hasta que caes exhausto en mi abrazo.
Me besas dulce, me miras hablándome sin palabras, me acaricias y al fin te duermes envolviéndome con tu cuerpo.
Besos y sed felices