miércoles, diciembre 12, 2007

Trescientas sesenta y cinco palabras y sus silencios

Llegado este momento en que el año toca a su fin, me siento, en los adentros de mi alma, junto a la chimenea del corazón, cara a cara con mi vida, la invito a una taza de té y, como la que habla con una buena amiga, le pregunto que hay de nuevo. Ella, con voz pausada, me relata todo aquello que hemos pasado juntas, lo bueno y lo malo. Me mira con ternura a los ojos cuando el recuerdo es triste, como el de mi abuela que decidió una tarde cálida de verano, irse con el sol. Me sonríe tierna mi vida, cuando recordamos esos pequeños espacios robados a la felicidad, las tardes en Granada, con buena compañía, las fiestas, junto a mi buen amigo, con quien redescubrí a mi nenita interior, que andaba algo escondida... Volver a Marrakech y dejarse llevar por sus calles, Djmaa el Fna y su ambiente nocturno, los amigos de esa parte del mundo y un pedacito de Senegal en una terraza marroquí.

Mi vida me recuerda seria los momentos más duros, los retos, como volver a estudiar y salir airosa en la batalla, superar miedos y fracasos y volver, una vez tras otra, a levantar el vuelo como un buen Ave Fénix.

Es en este momento exacto, cuando volvemos a mirar diciembre, el mes en el que nacimos, mes que es principio y fin a un tiempo, en que, frente a la chimenea, el frío rodeando las paredes de nuestro refugio, ambas nos batimos, como dos guerreras irreductibles, contra el tiempo, enemigo común, y nos retamos, como las más nobles de las rivales, para que el año venidero nos maraville a ambas, de nuevo, con una lluvia de sorpresas y acontecimientos que nos recuerden que no podemos vivir la una sin la otra, que yo soy ella y ella es mi vida, y por más que a veces estemos reñidas y no nos entendamos, en el fondo nos amamos. Es en ese instante cuando nos abrazamos y ella renace como un ave sublime, para retomar el vuelo y así indicarme un nuevo rumbo a seguir.

Besos y sed felices



Promocion Navidad

martes, diciembre 11, 2007

Alguien que cuide de mí



Recuerdo un día de sol, entrando el otoño, los columpios a los pies de los chopos, los chopos moviendo sus ramas al ritmo que el viento les marcaba y yo columpiándome. Tendría unos seis o siete años. Mis amigas se columpiaban a mi lado. Hablábamos del futuro, ellas se veían casadas con un médico o un abogado, con muchos niños. Amas de casa, idea que mezclaban con las nuevas que llegaban para las mujeres en aquellos momentos de transición y cambios... No hacía mucho que había muerto en un trágico accidente de avión, en Alaska, Félix Rodríguez de la Fuente, mi gran ídolo... Y mientras ellas hablaban de casas llenas de niños, de maridos perfectos y vidas en rosa chicle, yo les decía que nunca me casaría y que desdeluego no tendría hijos. Yo entonces soñaba con ser reportera gráfica de primera línea de frente, como aquellos que tomaban las fotos en Vietnam. Y si no, sería como Félix Rodríguez de la Fuente. Consideraba yo en aquel entonces que era, en ambos casos, una vida no exenta de peligro y no podía arriesgarme a dejar una familia rota si perdía la vida.

En aquellos días, mientras mi familia se iba rompiendo en pedazos, yo me escudaba del miedo negándome a lo convencional. Y en secreto soñaba con príncipes azules bailando conmigo, mientras pájaros y ardillas cantaban para nosotros.

Me he pasado media vida topándome con los tipos menos adecuados, escapando del príncipe azul por la puerta de atrás.

Anhelo los abrazos, las muestras de amor, escuchar dos simples palabras dichas desde el fondo. Alguien que cuide de mí. Alguien a quien cuidar. Alguien que quiera matarme y se mate por mí.

Hay momentos en que miro el silencio de mi casa vacía. Escucho la imagen solitaria que el espejo me devuelve y toco el aroma ausente que no acaricia mi piel... No es difícil encontrar alguien que caliente el espacio vacío de mi cama. Pero anhelo aquellas palabras absurdas, esas pequeñas tonterías, esos momentos robados a un beso.

Asumo que la vida está demasiado cara como para que alguien quiera arriesgarse... Y a veces me pregunto si alguna vez alguien me querrá. A pesar de aceptar la realidad, hay una princesita traviesa paseándose por el laberinto de mi alma, que a veces me pregunta por el príncipe que venga a rescatarla, para consentirla y hasta dejarla libre de mis cadenas.

Hay días que miro sin mirar y me dejo llevar por los sueños, vuelvo a ser Buttercup y espero ese canalla capaz de repetirme, hasta la saciedad “como desees” por no decir “te amo”, que a veces es más fácil buscar sinónimos.

Y no es que necesite a nadie para ser feliz, pero quisiera poder dejarme llevar a veces, tener un regazo donde descansar mi cabeza y poder cerrar los ojos. Hace tanto tiempo que escuché por última vez “te amo”, que he olvidado el sonido de esas palabras, el revuelo de mariposas, lo bien que a veces sienta saberse la protagonista del sueño de otro.

Hay momentos en que el rosa no me parece un color tan repelente...

Besos y sed felices