miércoles, julio 28, 2010

El Muro



Hubo una vez un ladrillo, un ladrillo que se juntó con otro y otro hasta hacer un muro enorme. Un muro que separaba lo bueno de lo malo, la suerte de la desgracia, la vida de la muerte, el cielo del infierno, la noche del día. Un muro que creció como una mala hierba. Hasta volverse impenetrable, inmenso e imponente. Indestructible... O tal vez no. Un muro que protegía y desprotegía al mismo tiempo. El muro donde chocar cada vez que los pies intentaban avanzar.

Da igual lo que se dijera, lo que se hiciera, todo, con todo, era otro ladrillo en el muro. Tal vez no necesitáramos educación en las aulas, tal vez no hizo falta una madre súper protectora. Quizá sobró, en la historia, la alienación y el aislamiento. Ser diferente, cuando todos son masa de hamburguesa, no resulta fácil. Quemar un cartucho tras otro, luchar contra el destino o simplemente intentar navegar con el viento en contra, qué más da, el muro va a seguir creciendo, cruzando campos donde antes crecían flores, atravesando el mar y volviéndolo gris e impenetrable. No dejando pasar el sol. Falsa protección que en verdad enjaula como los muros de una cárcel.

El teléfono sonaba ausente al otro lado, otro ladrillo en el muro. La soledad, enemiga en ocasiones, se cernía alrededor, labrando un nuevo ladrillo, y otro, y otro más... Flores que al cabo se volvían monstruos, la sonrisa deshaciéndose en lágrimas, nada para seguir, ningún lugar donde escapar del muro que día a día, segundo a segundo seguía creciendo...

Especies en extinción, muertes en el desfile del amor, más ladrillos, más muro, el sonido de las trazadoras, los puentes cayendo y un millar de bombas destruyendo tanta belleza... Sólo son más ladrillos en un muro que no deja de crecer.

Hubo un juicio para salvar a las víctimas de tan desolador paisaje. Destrozados los puños de golpear contra el muro impenetrable. Destrozados los pies por no poder cruzar al otro lado, de tanto patalear, de tanto saltar sin éxito. Cuando nada se podía hacer, sin solución aparente, llegó el juicio final y el juez, con su cara de culo, vomitó verborrea por su boca sin dientes para dictaminar que derribaran el muro... Pero sólo existe una forma, la única de derribar el muro que la vida ha ido construyendo a tu alrededor. Sólo un camino, sólo un proceder. Tal vez él o ella estén locos sobre el arco iris, pero lo cierto es que sólo existe una opción para lograr ser, por fin, libres de todo muro, para poder volar y tal vez ser feliz... O no, pero al menos descansar...

Como desearía que estuvieras aquí, decía en su delirio, “realmente creíste poder cambiar paraíso por infierno, cielo azul por dolor, sólo éramos dos almas perdidas, nadando en una pecera. Al final sólo encontramos los mismos miedos de siempre, ojalá estuvieras aquí...” Pero lo cierto es que no estaba ni estuvo, no estaría y no estará.

El muro cayó, y todo terminó por fin. Hay veces que lo peor es lo mejor, aunque no siempre se entienda... Sólo quedaron los restos del naufragio, el polvo de la destrucción, ladrillos partidos por doquier y basura que algunos niños intentaban aprovechar... Sólo quedó aquel niño desmantelando un cocktail molotov, desechando la gasolina y la mecha y quedándose con esa botella, lo único útil de algo tan inútil.

Al final, tal vez, después de todo, Pinky tuvo suerte, Waters tuvo razón y sólo hay una forma de escapar. La única forma de derribar el muro quizá sea dejar de enfrentarse a él. Dejar que todo acabe, no alimentar más la fábrica de ladrillos, terminar con la razón que hace crecer, ladrillo a ladrillo, el muro contra el que siempre se acaba chocando: Uno mismo...

(Texto basado en The Wall (música de Pink Floyd, letras de Roger Waters, película de Alan Parker con guión basado en una idea de Roger Waters)

Besos y sed felices