jueves, agosto 31, 2006

21 días



Eso queda exactamente. 21 días. El verano pega sus últimos coletazos y el calendario marca en amarillo, como las hojas que ya empiezan a caer, el fin del tiempo estival, para dar paso al otoño.
En valenciano (o catalán) llamamos al otoño "la tardor" algo así como "el atardecer". Será porque nos acercamos al fin de año, o tal vez porque los días se acortan y los atardeceres se hacen más largos. Será porque las nubes empiezan a hacer su aparición con más asiduidad y nos dejan retazos de luz gris, como en una película en blanco y negro. Tal vez sea porque, al igual que en el atardecer diario, es tiempo de recogerse, de mirar hacia uno mismo y encarar el principio de un nuevo curso, que para muchos nos marca un nuevo año, al margen de calendarios convencionales.
En nuestra memoria guardamos ahora los recuerdos de días de sol y calor, cerca del mar, dejándonos mojar por sus olas, buscando la tranquilidad de calas perdidas. Días largos y propicios a los excesos de todo tipo, días llenos de sonrisas, de tiempo para el ocio, para los amigos, para la noche. Noches cortas e intensas de verano, donde no hay nada como pasear por el paseo marítimo o a la orilla del mar...
El otoño guarda ese tono triste, melancólico en sus páginas, tiempo de transición que nos lleva hacia el frío del invierno y nos devuelve la sobriedad que perdimos en el verano.
Días en amarillo y ocre, calles alfombradas de hojas secas que siempre me han gustado pisar, parques tranquilos, lejos quedó ya el sonido de niños jugando a todas horas. Playas desiertas, recuperando su tranquila harmonía con un mar grisáceo y removido, olas que chocan amenazantes contra el espigón.



Lentamente se va el calor, y regresa el frío, el armario cambia su contenido, y con tristeza guardamos las prendas descaradas de verano, que tapan lo justo, el bikini, los colores alegres, para recuperar la tela sobre nuestros cuerpos.
Se empieza a hacer necesaria la compañía en el sofá o en la cama, cuando el amanecer nos descubre ateridos, pues no hay nada como tener a mano un buen abrazo reconfortante que nos devuelva el recuerdo de días más cálidos.
El otoño huele a tierra mojada, hojas caídas, humo de chimeneas, melancolía y naranjas recién exprimidas. Mandarinas que explotan en un estallido agridulce en la boca, la sandía deja de verse en las tiendas, para cambiarse por manzanas, granadas, uvas, clementinas, y peras. El arcoíris frutal del verano, da paso a una uniformidad colorista en la frutería, ocres, verdes mate y rojos burdeos chocan con el naranja fuerte de la mandarina y el rojo brillante de los caquis.
En los jardines, las bugambilias y los galanes de la noche, dejan paso a las rudbequias, semejantes a margaritas que varían desde el amarillo brillante al púrpura, los crisantemos desde el blanco al rosa pasando por el amarillo suave, o los girasoles con el tesoro de sus semillas escondido en el epicentro de su belleza...
El otoño me invita a empezar nuevas etapas, plantearme nuevos objetivos, volver a mi interior más íntimo, para mirar desde allí el mundo con otra mirada. Escuchar a Frank Sinatra, Michael Bublé, Dinah Washington y Diana Krall y dejarme llevar por la melancolía que se entremezcla con notas de creatividad imaginativa, noches largas y envolventes, amaneceres aletargados y días de transición tranquila, dejándome llevar por mis sentidos...
Quedan 21 días de verano, y sin embargo empiezo a oler el otoño en las calles...
Besos y sed felices

miércoles, agosto 30, 2006

seduciendo los sentidos



Me recorre su mirada, de arriba a abajo acariciándome sin hacerlo, besándome desde el fondo de unos ojos pícaros y sonrientes. Acerca sus labios y deja un beso suave y ligeramente embriagador, como un vino afrutado, y me dejo llevar. Su mano me acaricia, distraída, depositando el deseo en mi piel, y me susurra en la oscuridad de una estancia suavemente iluminada con velas, y con matices de incienso flotando en el aire...
Cocina para mi, seduciéndome el paladar con sugerentes mezclas de queso y tomate fresco, de frutas del bosque y queso fundido, vino rosado que vuelve a recordarme su boca mientras me habla y le miro, y mis ojos le dejan mensajes codificados que sus labios y sus manos decodifican mientras la noche pasa y el tiempo se detiene para dejarnos un espacio a la pasión que se desliza entre los recovecos de su piel y la mía, entre nuestros silencios estudiados y dejados a las cartas que sus dedos escriben sobre mi piel mientras mis labios le responden en besos suaves y pequeños mordiscos en su cuello.
La cena frugal da paso a la ternura de un instante dulce, distraído y robado a la pasión, en un descuido de la lujuria. Me envuelve entre sus brazos y su pecho, cálido como sus besos, que adornan como jazmines mi frente, mi nuca, mis mejillas y hasta mi boca. Acaricia mis oídos con su conversación, acerca del amor y del deseo, debate en el que entramos sin medirnos demasiado, no vaya a ser que en un descuido se nos escape algún sentimiento. No vaya a ser que en nuestra singular batalla dejemos al rival más información de la necesaria.
La noche, zalamera, nos brinda su silencio y sus estrellas, Nelly Furtado sigue cantando desde la pantalla del pc, dulce evocación que se enreda entre el humo del incienso y la llama de las velas. Mis manos se distraen por un momento en su espalda, en sus hombros, en su nuca y su cabeza, acariciando y masajeando, distrayendo su atención mientras mi boca, perversamente seductora, busca respuestas a preguntas que él intenta esquivar sin demasiado éxito, hasta que su boca sale a la defensa, sellando la mía con besos de grosella que provocan, con su dulce acidez, deseos de no dejar de besar nunca. Sus brazos me levantan del suelo y mis piernas se abrazan a su cintura.



La música cambia, ahora suena Enigma en mis oídos, y como un enigma descifrado, leo despacio el mensaje de su piel, mientras mi cuerpo se mueve al ritmo de la música sobre su cuerpo moreno y suave, mis labios ya no se conforman sólo con la grosella de los suyos y recorren el mapa de este nuevo mundo descubierto.
Enlazados los cuerpos en un baile pasional, seguimos buscando respuestas a preguntas no formuladas y leemos entre las lineas de un silencio lleno de un lenguaje propio, hasta rendirnos una vez más a nosotros mismos, en abrazos, en dulces locuras de deseos que nacen en caricias para morir en besos y llevarnos a un sueño tranquilo, perdidos en nuestro abrazo, creando nuestro propio universo al margen del día y de la noche, del tiempo y la distancia, de lo real y lo soñado, dejándonos la piel en el intento de no implicarnos, y un manto de ternura nos cubre, dejando al descubierto viejas cicatrices de otras batallas perdidas...

Besos y sed felices

jueves, agosto 24, 2006

Noche de vino y rosas



A ella le perdían las conversaciones inteligentes y él tenía debilidad por la dialéctica, así que un día se encontraron seduciéndose con una buena narrativa y mucha, mucha picardía...
Prometieron aquella primera noche un encuentro, un duelo, las armas, sin dudarlo, las del arte de la seducción, aquel que tan bien habían sabido manejar entre palabras y silencios interverbales. Una noche de vino y rosas, abierta a la locura y al placer, tal vez a la perdición de encontrarse con la horma de sus zapatos.
Pero las cosas llegan cuando llegan y hay un momento para cada cosa, así que el duelo no tuvo lugar hasta largo tiempo después, cuando ambos habían perfeccionado sus armas y su estilo, ya viejos conocidos y muy predispuestos a vencer al adversario o a dejarse vencer...
Tras convenios y tratos, tras marcar las normas de una noche sin leyes escritas, tras negociaciones y espacios para la provocación, se convino en una noche cualquiera, que nunca sería cualquier noche.
Estaba todo permitido para una lucha sin precedentes, donde la seducción desarrollada con exquisita elegancia, sería la única regla a seguir.
Ella se calzó con tacones de aguja, sandalias excasas que dejaban ver dedos largos y pies finos, cordones rodeando sus gemelos en un abrazo provocador hasta sus rodillas. La vista podía seguir ascendiendo por la piel blanca de sus muslos, sólo cubiertos a la altura de las caderas con una faldita escasa, que hacía temer los golpes de aire. Seguía el paseo visual por un paréntesis negro que se abría en encaje sobre un canal que incitaba a imaginar lo que debajo de la tela se escondía. Escote amplio y tirantes finos para llegar a una melena corta, rizada y peligrosamente rojiza rodeando unos labios rojos de pasión y unos ojos grandes, de mirada expresiva y profunda. Para complementar la imagen, el perfume bien elegido, dulce, penetrante, sin ser empalagoso y en lugares estratégicamente seleccionados.
El buscó el encanto de la sencillez en unos vaqueros y una camisa blanca ajustada a un cuerpo esbelto, sobre una piel morena, dejando a divinar su torso sin descubrirlo, el rostro bien afeitado, el pelo arreglado y un perfume embriagadoramente seductor.
Empezaba el duelo. Ella no dudo en usar la locuacidad del lenguaje bien elegido en una voz entrenada para hechizar. El jugó con el susurro y la dulzura de expresiones casi escritas en el guión de una noche improvisada. Ella estudió y no dejó al azar ni uno de sus movimientos al acariciar el volante, cambiar de marcha, embragar, frenar o acelerar, mientras conducía y jugaba a distraerlo. El fingió sentirse desarmado mientras prolongaba el paseo por calles y callejuelas.
Aparcaron en una plazoleta y fueron andando hasta el restaurante elegido para el duelo, ella moviendo seductoramente las caderas al ritmo de sus tacones, él siguiendo distraidamente el bailoteo, mientras tomaba las medidas a su rival.
Como ocurre en estos casos, la cena fue suave y selecta, no faltaron los toques exóticos de la pimienta ni las frutas rojas que dieran un tono pasional al momento, acompañadas de queso fundido y un vino rosado. Conversación variada y temas diversos, sin dejar al azar ni uno sólo de los movimientos de su cuerpo, lo que las palabras no decían lo decían sus cuerpos, expresivos, juguetones, entregados a un arte antiguo y conocido para ambos, y el peligro se esparcía en el aire de una noche de vino y rosas.
Continuó la batalla en las copas que dieron paso al acercamiento suave, elegante. Ella, accidentalmente apoyada en su regazo, él distraídamente acariciando sus hombros, ella coqueteando pícaramente con todos y él dejando que sus ojos la recorrieran suavemente sin pararse hasta llegar a sus ojos, los de ella, para hablar con sus bocas y sus miradas, dos conversaciones distintas, y ambas perfectamente compenetradas.
El duelo llegaba a su cénit, las armas mostradas, las miradas rendidas, perdidas y entrelazadas, paseando por calles tranquilas bajo la calidez y el amparo de la noche estrellada, ella recostada sobre su hombro, él rodeando su cintura.
Un lecho fue el campo de batalla, el fuego encendido, la pasión contenida y desmedida, las caricias suaves, los besos sin mesura, batalla de deseo por fin liberado hasta saciar la sed de ambos, sucumbiendo a sus propias trampas, hasta caer rendidos en un abrazo dulce...
La mañana les encontró enredados y abrazados, desarmados y sonrientes, prometiéndose un nuevo duelo de besos y caricias y como no, de seducción desmedida.
Besos y sed felices

miércoles, agosto 23, 2006

Despedidas

Después de una noche movida, despertamos en aquel hotel perdido en mitad del desierto, de aquella ciudad que no parecía ciudad.
Antes de abandonar Zagora, visitamos otro palacio y alguna cosa más. Al hamid nos acercó un momento a la casa de su mujer (la de Zagora) para recoger henna y despedirse de ella. Y nos fuimos.
Con nosotros siete subió la tristeza como el octavo pasajero, un pasajero no invitado pero inevitable. El recorrido 4x4 llegaba a su fin. Ante nosotros, eso sí, más de 400km hasta Marrakech.
Fuimos por carreteras que pasaban pueblos perdidos, recorrimos puertos en extraños paisajes desérticos y montañosos. Eran fascinantes aquellas montañas donde sólo parecía piedras, y de repente aquella ardilla buscando algo de comer.
Al Hamid empezó a acelerar su paso, a adelantar a todos los coches, a ponerse incluso por delante del jefe, cosa que nunca hacía, corrió hasta llegar a Ouarzazate y allí salió de la carretera y se adentró por callejuelas hasta llegar delante de una preciosa casa. Su casa, o la casa de la familia de su mujer de Ouarzazate. Ella era la más importante o la favorita, y allí estaban los hijos de Al Hamid.
Nuestro querido conductor y ya amigo, nos invitó a bajar del coche y entrar en su casa, nos presentó a su familia y nos invitó a un té. Creo que fue el té más bueno de todos, quizá por la calidez con la que nos lo sirvieron, con esa sensación de haber pasado alguna frontera no marcada... Al Hamid se despidió de su mujer y de sus hijos y volvimos al coche para seguir nuestro camino.
Paramos a comer en otro de esos restaurantes de carretera que ya se habían hecho habituales y seguimos de camino hasta Marrakech. Que largo se hacía el camino, que tristeza saber que empezaba el final de nuestro viaje, que cada vez estábamos más cerca de nuestro destino.
Al llegar a Marrakech fueron parando en los hoteles respectivos y bajando, hasta que sólo quedábamos los del último hotel, el Ayoub.
Y por fin llegamos, las caras largas, la propina para el conductor, nuestro Al Hamid, preparada, recogimos las botellas de agua que todavía rodaban por el coche, bajaron entre Al Hamid y Pedro una vez más, la última, el equipaje y tuvimos que decir adiós. Nos dimos dos besos, le recordé que era el mejor, sin duda, también nos despedimos de los otros conductores, sobretodo de uno que había entrado en nuestro juego de rally, y de Abdel, el guía, que de todos modos aún veríamos al día siguiente.
Empezaban nuestras despedidas. Hoy Al hamid, mañana Abdel y Pedro y Rosa, pasado mañana tres chicas más y los chicos y al día siguiente nosotras mismas.
Pero al tiempo que se acababa una parte de nuestro recorrido por la Tierra de las Especias, empezaba otro, el de aquella ciudad que todavía nos era desconocida.
Finalmente, y casi como con pereza, arrancaron los 4x4 y se fueron, Al hamid nos miró una vez más, con sus ojos tristes, era un nuevo amigo y desaparecieron lentamente por la avenida.
Las dos nos miramos, brillaban los ojos, y supimos, casi sin decirlo, que volveríamos.
Besos y sed felices

jueves, agosto 17, 2006

Zagora

Recuerdo el primer día que leí el nombre de esta ciudad... Se me cruzaron los cables y mi imaginación añadió alguna letra para acabar leyendo Zaragoza. En décimas o milésimas de segundo mi cerebro se preguntó: "¿Zaragoza en Marruecos?" pero rápidamente mis ojos enfocaron y leí bien: Zagora.
Zagora es una ciudad de desierto. Está en el suroeste de Marruecos, casi en la frontera, en pleno desierto sahariano. Es una ciudad extraña, da la impresión de estar destartalada, desordenada. Las calles no son calles exactamente, más bien son casi carreteras. Las casas están muy distanciadas unas de otras. Todas en adobe rosáceo y ninguna de más de dos o tres alturas. Es una ciudad más bien pobre, triste, o al menos esa fue la impresión que me dio. Nada que ver con Ouarzazate.
El hotel me gustó. Tenía su encanto. Según entrabas, subías unas escaleras (que un amable botones estuvo encantado de subir con mi maleta) y llegabas a una especie de claustrillo, presidido en su centro por una fuente de forma octogonal, con un dibujo de estrella en su centro, una auténtica fuente moruna, cuyo sonido era relajante y refrescante. Mirando desde la puerta, a la derecha de la fuente estaba conserjería, donde nos dieron, una vez más, los ya consabidos papelitos ficha a rellenar. Yo lo rellené antes que Pando y al entregarlo Abdel me dijo: "No es necesario que lo relleneis las dos, basta con uno por habitación" y yo me quede mirándole con cara de boba y pensando: "ya podrías habérmelo dicho antes". Así que nos dieron nuestra llave, la 307 creo recordar. El amable botones nos guió hasta la habitación, para lo cual cruzamos por delante de la piscina. Nada que ver con la preciosa piscina de Ouarzazate, pero después de dos días deambulando por el desierto, os puedo asegurar que aquella piscina me pareció la mejor del mundo. Me moría por nadar un rato, por estirar los músculos, algo entumecidos después de tanto salto en el jeep y tantas horas de ruta en coche. Pero mi querida Pando se moría por volver un poco a la civilización, es decir, hacer uso de sus dos móviles, hay que ver, yo soñando con estar sin cobertura y ella sin poder vivir sin ellos. Así que Pando hizo sus llamadas, todas sin éxito, y por fin fuimos a disfrutar del agua.
La menta, algo más desganada hoy, tal vez porque le vigilaban de cerca, siguió mis movimientos natatorios, y yo seguí jugando, que ya dije que eso del juego me pierde. Dos cervezas, unas piscinas y una conversación pícara después, decidimos que era hora de irse a ducharse, para ir a cenar.
En el cuarto hubo que llamar a Al Hamid, que nos había invitado a una fiesta, pero hubo unos cuantos malentendidos y entre el cansancio y todo, nosotras decidimos no ir. Gran error que lamentaremos siempre. Nuestras disculpas.
La cena, si no hubiera sido por este incidente, hubiera sido casi perfecta, pues habían dispuesto unas mesas grandes y redondas en la terraza de la piscina, a la luz de las estrellas y la luna y una iluminación baja. Y el buffet, en su estilo pero bueno. Couscous de verduras, varios platos de carne y pescado, ensaladas y verduras y pastelitos de postre. Hablando de pastelitos, Sésamo y Canela, que por cierto fueron nuestros compañeros de habitación en el desierto, y de los que casi me olvido, seguían más bien despistados, muy sosos ellos, y muy liados con las ocupantes del Pijijeep (creo que con el nombre del jeep en cuestión, no hará falta más comentarios al respecto).
Esa noche descubrí algo más sobre el desierto: Puede haber aire caliente, muy caliente, en las noches saharianas. Madre mía, que calor hacía. Era un aire caliente como ninguno, y que me hizo pensar en más de una ocasión, ir a la habitación a por mi bikini. De Hecho, Abdel (la Menta) y Ismael (la Miel) no dudaron en hacer lo propio.
Después de una conversación rozando el aburrimiento, que se salvó gracias a mi particular juego mentolado, que por supuesto continuó, nos fuimos a dormir, bastante agotadas, y es que la noche del desierto apenas había dormido y el día había sido agotador.
Y al llegar a la habitación ocurrió lo nunca pensado: Durante la conversación de después de la cena, una compañera de viaje había comentado que había visto un bichito, algo parecido a un escorpión pequeño, pero que no había podido matar. Y ya podeis imaginar que pasó: comenzamos a buscar escorpiones y dios sabe que otros bichejos. Y yo me reí de nosotras mismas. Habíamos pasado una noche en las dunas, sentadas bajo las estrellas sin ver más allá de nuestras sombras, en pleno desierto. Habíamos dormido en una endeble tienda, sin más separación de la arena que una alfombra y un fino colchón. Y no habíamos pensado en escorpiones ni serpientes venenosas ni cualquier otro bichito inoportuno. Y ahora que estábamos en un hotel con su sesrvicio de limpieza, con una cama a 45cm del suelo, con suelo de verdad y otros muchos lujos, justo ahora nos preocupaban los escorpiones... Nos reimos muy agusto de nosotras mismas y de nuestra estupidez.
Dormimos profundamente y el amanecer llegó como cada día, con el sonido del teléfono y esa voz dulce al otro lado indicando que era la hora de levantarse, todo ello en francés, claro, un francés que ya casi era como mi segundo idioma.
Al abrir los ojos, mirar la habitación, la maleta apunto para cerrar y las cosas ya más bien recogidas, sentí un nudo en el estómago: Era nuestro último día a lomos de nuestro 4X4. Regresábamos a Marrakech.
Besos y sed felices

martes, agosto 15, 2006

Palabras

Para que no se olviden:

Faraash: Caballo
Nsjmah: Estrella (fem)
Nsjim: Estrella (masc)
Nsjum: Estrellas
Tadjui: Sol (en Verver)
Ma'a: Agua
Jaiba: Mala (fem)
Waina: Buena (fem)
Masa'a al Kair: Buenas noches, buenas tardes
Saba'a al Kair: Buenos días
Shocran: Gracias
Ana: Yo
Anta: Tú (masc)
Anti: Tú (fem)
Sadik: Amigo

Hubo muchas más palabras, pero mi memoria no quiere recordarlas... Luna (en verver y en árabe), cielo (en verver y árabe), dromedario, desierto (en verver y árabe)...

Besos y sed felices

lunes, agosto 14, 2006

El Desierto y su Silencio



Llegamos al anochecer, atravesando la arena con los 4x4, haciendo surcos en la arena, carreras entre nosotros, y intentando por mi parte una tarea casi imposible: Desde el sitio que ocupaba en el jeep, en la parte de atrás, donde más votaba, hacer fotos sin flash a los otros coches... Tarea difícil y complicada.
De repente Al Hamid, al igual que el resto de conductores, paró. Bajamos y vimos ante nosotras la extensión de arena más grande que jamás he visto.
Había un silencio lleno de deseos, de aromas desconocidos, un silencio lleno de estrellas, tan profundo y poderoso que podía hasta con las risas y los gritos emocionados del grupo. Fue lo primero que me impactó. Ese silencio desconocido y a la vez tan conocido, un silencio viejo y sabio, de milenios, de paciencia, de tranquilidad. Un silencio capaz de cambiar mi alma, mi ser hasta tal punto que aún le escucho susurrarme dentro esa paz que desde aquel día siento.

A lo lejos, en esa noche llena de estrellas y una luna en cuarto creciente, pudimos ver nuestro campamento, las jaimas donde íbamos a dormir aquella noche especial, diferente a cualquiera de las que he vivido en toda mi vida. Pero yo ya sabía, ya notaba dentro, que el desierto me estaba atrapando, enredando en su maraña de arena y cielo, marcándome como una más, como una Mujer Azul, del índigo de mi pañuelo Verver (así lo escriben ellos), que rodeaba y cubría mi cabeza y mi cara.
Volvimos a los coches y descendimos un rato más desde la duna en la que estábamos hasta la planicie donde estaba el campamento, galopamos a lomos de nuestras monturas sobre arenas transitadas antaño por hermosos caballos árabes y dromedarios, y por un momento escuché a lo lejos el relinchar profundo de una hermosa yegua, de capa alazana y mirada dulce, y soñé y me dejé llevar en sus lomos, sintiendo por dentro una galopada rápida, su cola erguida, atravesando mares de arena, subiendo y bajando dunas, llegando a oasis de agua limpia y clara...

Tal vez ya he vivido en el desierto en otra vida, quien sabe, tal vez en el fondo recuperé mis raíces más ancestrales.
Llegamos al campamento, allí nos esperaban los Hombres Azules (me extrañó no ver a ninguna mujer). Tenían ya preparado un té delicioso y algunos frutos secos, me sentí en casa, mimada y cuidada por mi familia, bebiendo aquel delicioso té y comiendo unos cacahuetes para reponer fuerzas. Aquella amabilidad, aquella hospitalidad aprendida desde tiempos lejanos, que nos transmitían ahora, me devolvía todavía más calma en mi interior. Era todo fácil, a pesar de las dificultades de un terreno aparentemente hostil, la dulzura, la amabilidad de su trato no dejaba paso a la incomodidad. Daba igual estar en mitad del desierto, daba igual todo. Ellos te arropaban, te cuidaban y aquellas telas y alfombras que pudieran parecer en un momento frágiles y simples, se convertieron en la mejor de las estancias, el mejor de los hoteles, el más exquisito de los restaurantes que pueda conocer en toda mi vida.
Nos repartieron toallas y nos indicaron nuestras habitaciones. Cada habitación constaba de dos espacios separados por una cortina. En cada espacio había dos lechos, dos camastros de colchón fino y duro, con sábanas cubiertas de arena, y del tamaño justo para una persona. No había sillas ni mesas, ni nada por el estilo, sólo paredes y suelos de alfombras tapizadas, las típicas de los beduinos, y un leve techo tras el que era fácil adivinar un cielo estrellado y tan hermoso que casi se prefería a la protección de la tela.
Este no era un verdadero campamento Verver. En realidad era un albergue para turistas, y como tal, contaba con un pequeño edificio del ya acostumbrado adobe rosado, donde había servicios, duchas y hasta pilas y espejos. Todo un lujo en pleno desierto.
Nos fuimos a la ducha, las dos con nuestras toallas, dispuestas a disfrutar del mayor lujo del desierto: El agua. Nos preguntábamos si habría agua caliente, pero en realidad esta pregunta pronto se desvaneció. Las duchas eran como saunas, y lo cierto es que el agua fría, que en verdad estaba tibia debido al calor del día, se agradecía, y mucho.
Mientras dejaba que el agua me despojara de malos recuerdos y el polvo del camino, mi mente pensaba en ese preciado líquido, que ahora surcaba mi cuerpo. Por primera vez en mi vida sentí real y primordial la necesidad de cuidar cada gota, como un bien preciado. Nadie dijo nada, pero no era necesario. El agua excasea en el desierto, y de alguna forma, sientes de pronto la necesidad de no malgastarla. Así que con mi conciencia recién adquirida, me duché rápido, gastando el agua justa.
Tras la ducha cenamos en el comedor, un espacio recubierto también de alfombras y con techo, pero sólo sobre las mesas, en el centro había un agujero, una ventana a esa noche estrellada. En el centro también había dispuestos algunos instrumentos musicales: Jembés, bongos, y una especie de castañuelas que no sé como se llaman. Son dos platillos unidos por un puente, y con una pareja similar. En total cuatro platillos. Se cogen de la unión central, con una mano, y se hacen entrechocar.
La cena, una sopa caliente, ardiendo, lo mejor para regular la temperatura y quitarse el calor. Un couscous de verduras, delicioso, por cierto, pollo condimentado y de postre, melón y sandía. Es curioso, en todo el viaje nadie nos sacó los famosos dátiles, ni siquera en pleno desierto. Después un te para concluir una cena beduina.


Los hombres azules se reunieron luego en el centro, bajo el cielo estrellado, y se armaron de los instrumentos. Empezaron a tocar y cantar, y aquella improvisada batucada me hizo moverme en mi asiento, sin querer, hasta que por fin nos decidimos a salir de la jaima y dejar que la noche y la arena nos envolviera...
Al Hamid se acercó a nosotras, y con él dimos un paseo alrededor de la jaima. Al final nos sentamos en una duna cercana, pero algo separada de la tienda. Estuvimos allí no sé cuanto tiempo, charlando, bebiendo cerveza y fumando mientras el desierto nos envolvía en su espectacular silencio de mil estrellas. Pude ver hasta la vía láctea, todas las estrellas parecían haberse confabulado para venir a visitarnos en aquel lugar lejos de todo. Fui consciente de mis olvidos, todo estaba tan lejos, tan lejano en el tiempo y en la distancia que casi parecía no haber pasado nunca.
Se unieron a nosotras dos más, un Hombre Azul, y Abdel, la menta, el guía de nuestra pequeña expedición. Y me vino bien, porque aunque parecía que mi francés había vuelto dios sabe de donde, para rescatarme de una conversación que no hubiera sido posible, lo bien cierto es que el esfuerzo empezaba a notarlo, y a pesar de mis parrafadas (a cada una de ellas les acompañaba en castellano y cara a mi querida Pando un "tía y esto de donde sale") necesitaba recuperar un poquito la comodidad de la lengua madre. Abdel hablaba castellano, francés y árabe y quien sabe que otros idiomas. Y nos enfrascamos en una conversación donde volvimos de nuevo a jugar. Y que peligro tiene el juego. En mi memoria femenina guardaba la noche anterior, donde la partida la había ganado, sin duda, mi destreza con las armas que llevo toda la vida manejando a mi antojo. Ahora todo era fácil, y seguí jugando y volví a ganar. He de confesarlo: Me encanta el Arte de la Seducción...
La noche siguió con perfume a menta, menta dispuesta a no dejarme sin su sabor en los labios, pero que se le va a hacer, una es rebelde por naturaleza, y decidí que hoy no mezclaríamos naranja mediterranea con menta árabe, y él se quedó, con su partida perdida y sus ganas envueltas en humo...
Y yo me fui sonriente y recordando en mi memoria a mi querida Mae West "cuando soy buena soy muy buena, cuando soy mala, soy mejor".
Por su parte, Pando estaba enfurecida, bueno, no exageremos, sólo ligeramente contrariada, y es que ella quería que yo saboreara la menta al chocolate, y no entendía que yo prefería dejarlo para otro momento...
Habíamos contratado un paseo en dromedario para ver el amanecer, así que a las 4h30 en punto empezaron los tambores a resonar y a despertarnos. Por un momento mi imaginación, envuelta en edredones de sueño, se dejó llevar muy lejos por los tambores que escuchaba en la realidad de la noche, hasta que mis ojos se abrieron y descubrieron mis oídos con sorpresa que aquello sonaba de verdad.
Más dormidas que despiertas, nos subimos en sendos dromedarios y empezó nuestro periplo a través de dunas y arena, hacia un lugar en concreto. Y yo me preguntaba ¿y por qué ahí y no en otro lado? Supongo que el paisaje (el que aparece en estas fotos, tomadas desde la perspectiva de Pando) era la razón de esa ruta y no otra. Pero es que en esa hora en la que todo es del color del índigo, esa hora en la que a los Hombres Azules apenas se les distingue entre las sombras azuladas del amanecer, a esa hora todas las dunas parecen las mismas, y una, novata en esto del desierto, no sabe distinguir muy bien lo que las hace diferentes
.


Mientras el azul daba paso al naranja, llegamos a un lugar donde los camellos pararon y se sentaron. Nuestro guía nos invitó a descalzarnos y a subir el último tramo a pie. Amablemente, nos ayudaba, ofreciendonos el apoyo de su hombro, aunque personalmente he de decir que no me pareció tan complicada la subida, como en un primer momento parecía. Pando tuvo sus problemas para llegar arriba, pero al fin lo consiguió. Esta es mi chica...

Y allí sentados, mirando hacie el lugar donde el sol nacía, con un oasis como parte de un decorado perfecto, esperamos al Rey Sol, a Ra asomarse un día más y iluminarnos con sus rayos que pasaron de rojizos a naranja en cuestión de minutos...
Y yo volví a escuchar el silencio de aquel sitio espectacular. Veia el color cambiante de las dunas, de un gris neutro a un naranja vivo, el sol salir como cada día, que para mi era distinto a todos los otros, los camellos tranquilos, esperando a que el Rey de los astros les bañara con su luz, el agua del oasis reflejando destellos de plata sobre su superficie...
Me invadía una paz extraña, algo que nunca he sentido, una felicidad más allá de todo, sin sentido y con el sentido pleno de un momento mágico. Era como si mi vida se hubiera paralizado, olvidado, borrado, nada anterior a aquel momento importaba. Felicidad, calma, plenitud. Una sensación inolvidable. Y fue justo en ese momento cuando supe que mi dolor se había ido. Y fue justo en ese momento cuando vi entre los rayos del sol, los finos hilos que el destino entreteje para llevarnos al momento y el lugar indicado.
En mi mente vagaban imagenes de tiempos lejanos, viejos ritos que de repente habían cobrado todo el sentido, ritos para darle las gracias al sol un día más por salir, por regalarnos su luz y su calor. Miraba de reojo a nuestro Hombre Azul, y me perdía en sus ojos, a su vez perdidos en la inmensidad de un amanecer único, a pesar de las veces que lo habría vivido.
El sol ya había salido y era momento de volver al campamento. Así que bajamos de las dunas, cada uno como quiso o como pudo, y regresamos hasta el lugar donde nos esperaban los camellos. Tras un momento mercader, donde el Verver nos intentó vender sus mercancías, subimos de nuevo a lomos de nuestra montura y volvimos a la jaima para desayunar...
Pero mi mente, mi corazón y mi alma se quedaron en las dunas... Aún estoy esperando su regreso.
Besos y sed felices

domingo, agosto 13, 2006

¡Al Abordaje!...

La Canción del Pirata 1ª Parte:


Venga pandilla de gandules, ¿quereis mover vuestros apestosos traseros? Voy a tener que menguar la ración de ron. Sr Jones, ¿Me puede explicar que hace colgado del mástil mayor? Esto no es una tripulación seria, voy a abandonar a la mitad en la próxima isla perdida que encontremos y a la otra mitad la voy a usar de velas, vive Dios, que seguro me son más útiles.
Harry ¿qué es aquella mancha negra en el horizonte? Si mi vista no me engaña es el Furia del Océano. Menudo nombre, estos malditos ingleses no saben ni ponerle nombre a un barco. Yo confio mi navío El Estrella Negra. Se que venceremos sin duda a esos malditos ingleses.
Señores, a las armas, quiero ver los cañores del Estrella relucir a babor y estribor, quiero esas velas desplegadas, Timonel, rumbo hacia los ingleses, vamos a darles una lección y por mis caderas os digo que al que cogiere al maestre y me lo trajere, para él esa nave con su ridículo nombre incluído.
Jajajaja, si Mr Sparrow estuviera aquí, seguro que sabría apreciar esta batalla en su justa medida... Ahora que lo pienso, hace tiempo que no veo al Perla negra surcar estos mares... Ya debe estar haciendo alguna de las suyas... O no, ¿qué ven mis ojos?¿pues no son esas las velas negras de mi querido rufián? Por todos los demonios, si hoy tendremos fiesta, jajajajaja, vamos mis queridos patanes, que hoy seremos dos abordando, y ese dichoso Jack va a ver quien tiene los mejores rufianes a bordo....
Lucella, ponte bien ese corsé, que luego siempre se te desliga en plena batalla, Sr Jones me alegra verlo en cubierta, después de su siestecita en el mástil, muevase, que tenemos un abordaje que atender... Ahhhhhh, mi querido Ares, como me gusta ver tu filo reluciente, dentro de un momento te daré la sangre que tanto te gusta, tu y yo hacemos buena pareja, sin duda.... JAJAJAJAJA... Cañones a estribor!!! ¡QUIERO OÍR ESAS BALAS RETRONAR Y CHOCAR CONTRA ESA NOBLE MADERA, A QUE ESPERAMOS, FUEEGGOOOO!!
VAYA JACK VEO QUE TE APUNTASTE A LA BATALLA, JAJAJAJA, VEREMOS QUIEN ES EL MEJOR...
¡AAAAAAAALLLLLL AAAAAAAAABOOOOOOOOORRRRRRRRDAAAAAAAAAAJJJJJJJEEEEEE!!!
La Canción del Pirata 2ª Parte:


Besos y sed felices

Una de piratas



A los fantasmas hay que vencerlos con piratas. Así que hoy me fui a ver a mi querido Jack Sparrow... O a mi adorado Johnny Deep, no sé cual de los dos me gusta más.
Es bien cierto que Mr Sparrow perdió la dignidad hace tiempo, quizá el día que vendió su alma a uno de tantos diablos que surcan el mar... y el mundo en general. Es bien cierto que este pirata de tres al cuarto deja mucho que desear porque se muestra cobarde, mentiroso, egoísta y convenenciero.. Claro que para ser un buen pirata no vale el honor a la antigua. Hay que tener honor de pirata, y eso cambia la concepción de tantas cosas...
Pero mi adorado Jack es en realidad un romántico y valiente idealista, dispuesto a robar el corazón de la dama de la que secretamente siempre ha estado enamorado (y lástima, no soy yo). Un luchador de causas perdidas, un hombre noble disfrazado de pendenciero, incapaz en el fondo de traicionar a sus amigos.
Lo reconozco: Jack Sparrow no es un hombre del que una se pueda fiar. Más bien hay que desconfiar y mucho, pero que quereis que os diga, a mi me gustan los piratas, no en balde llevo un parche donde antes hubo corazón, luzco una calabera y dos tibias cruzadas en la bandera del barco de mi vida, y suelo cantar de noche, bajo la luz de las estrellas aquella vieja canción del pirata "Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la Libertad, mi ley la fuerza y el viento, mi única patria la mar"

Hoy me subí un rato a navegar en La Perla Negra, vencí monstruos marinos, luché con mi sable de doble filo, Vive Dios, que vencí, por supuesto, a todos los que en mi camino se cruzaron, a dos manos, daga larga y sable afilado, luché sin piedad y degollé cuellos, corté mienbros, y arranqué corazones. Grité ¡Al abordaje! tan fuerte que mi garganta hizo temblar la cubierta, mojé mi gaznate seco con ron del que no se encuentra más allá de Isla Tortuga, negocié con patentes de corso para ganar mi libertad y la de los mios, y mientras el sol se ponía, le robé un beso apasionado a mi querido Sparrow. Id con cuidado, he repuesto mis fuerzas, mañana pienso abordaros sin piedad... Pero eso será mañana, ahora voy a mi lecho, eso sí, ni se os ocurra intentar robarme el cofre o la llave, yo siempre duermo con un ojo abierto...
Besos y sed felices

sábado, agosto 12, 2006

Un paréntesis para los fantasmas



En esta habitación a oscuras, grande y espaciosa, vacía de todo, donde una vez hubo un corazón. Aquí, a ratos te veo. Apareces de repente y sin aviso, una imagen lejana, un recuerdo, tu voz que resuena desde el eco de mi memoria que no se decide a dejarse llevar por el mar del olvido.
No eres el único, aunque sí el más reciente. Si miro en los rincones, en los ángulos llenos de tristeza y desamparo, veo aparecer otros viejos fantasmas, viejos y nuevos, en su recuerdo, en el sabor que dejan en mi boca ahora, que el tiempo les hace lejanos.
Vienes despacio y me susurras, a veces me visitas en sueños y por un momento creo que estás en el vacío que hay entre mis brazos. Pero sé que sólo eres la sombra de lo que fuiste y vuelvo a echarte en falta.
Tengo esta soledad vacía y concurrida de espectros perdidos y recuerdos olvidados, de silencios llenos de palabras que no se pronunciaron y promesas que se olvidaron mucho antes de cumplirse. Tengo este hueco que tapo a diario con un sombrero, no vaya a ser que alguien decida mirar a través de él y me descubra espantando viejos y nuevos espectros.
Siento el frío del vacío absoluto, que absorbe toda posibilidad, todo sueño, toda esperanza. Ya no queda ni polvito de corazón, ya no queda ni el deseo, por no quedar, ya no queda nada en este espacio oscuro y sucio de tantas telarañas que la memoria deja por no olvidar.
Este agujero negro que la soledad y el olvido teje a diario, donde hubo un corazón que murió en mil batallas perdidas de antemano, parece crecer cada día y a veces temo que acabe por devorar hasta los pequeños espacios de luz que todavía quedan.
Hoy vinisteis de nuevo, mis queridos y odiados fantasmas, justo ahora que empezaba a olvidaros, justo ahora que he perdido la llave de vuestra memoria, justo ahora que empezaba a silenciar el grito ahogado de vuestro silencio...
Besos y sed felices

viernes, agosto 11, 2006

Ouarzazate


Llegamos al atardecer. La gente andaba por las calles, iban hacia la plaza. Una de las cosas que más me ha llamado la atención es que en Marruecos la gente hace mucha vida de noche, o de tarde-noche. Salen a la calle al atardecer y se van a las plazas, a los sitios donde se puede cenar al aire libre, a las calles... Pasean, hablan con toda la gente que se encuentran, saludan a los turistas y disfrutan de las noches africanas...
El 4x4 cruzaba veloz la avenida principal, los burros, como siempre, formaban parte del paisaje urbano, algunos cargados, otros llevando jinetes y amazonas, otros simplemente atados. Las mujeres, algunas, tapadas con su burka, cargaban en la espalda a sus retoños, otras sólo llevaban un pañuelo sencillo que cubria sus, probablemente, largas melenas. Había incluso algunas, las menos, que vestían al estilo europeo, pantalones, en algunos casos vaqueros, y camisa. Las que nos mostraban sus caras, en general eran muy guapas. Rasgos nortafricanos, ojos grandes y oscuros, labios carnosos, piel canela, pelo largo, liso y negro. Los hombres vestían en su mayoría la chilaba, casi todos lucían bigote, pelo corto y miradas profundas. Los niños sonrientes, pidiendo monedas, cigarros, caramelos... Con miradas llenas de historias que en algunos casos nos podrían poner la piel de gallina.
El coche seguía su trayecto, sin darnos tiempo al respiro, sin dejarnos apenas detener por un instante nuestros ojos en cada detalle. Me llamó la atención la arquitectura. Todas las construcciónes con su típico color entre arena y rosa, y ninguna especialmente alta. Algún jardin y las menaras de las mezquitas, todas tan parecidas, de planta cuadrada y con motivos geométricos en su decoración.
Giramos a la izquierda, seguimos recto por una calle más estrecha y menos concurrida, subimos por una pequeña cuesta y llegamos al hotel: imponente, con sus palmeras y otras especies arbóreas que no reconocí a primera vista. Con una entrada digna de Hollywood. Lo primero que pensé es que ese era el hotel para los de 4 estrellas. Pero no, allí nos bajamos todos. Al hamid, con la ayuda de Jon y Pedro, bajó las maletas y equipajes, y nosotros entramos en el hotel.
Yo llevaba casi todo el día soñando con una piscina. Me moría por nadar, por refrescarme y quitarme la arena del camino, por relajarme. Siempre me ha relajado nadar. Nos habían dicho en broma que el hotel no tenía piscina, pero sólo fue una broma. Aquel hotel contaba con piscina, y yo veía por fin mi pequeño sueño hecho realidad.
En recepción rellenamos la ya consabida y acostumbrada ficha, dos fichas, en Zagora descubriríamos que bastaba con una. Cambiamos nuestro pedazo de vida escrito en papel por una llave al descanso...
Y buscamos la habitación. No fue fácil encontrarla, era como un laberinto, formado por pequeños dúplex, cada uno con dos o cuatro habitaciones, dependiendo de que en efecto fueran dúplex, de dos pisos, o sencillos, de sólo un piso. Nuestra habitación, la 607, creo que fue la que más nos gustó de todos los hoteles en los que estuvimos. El hotel en sí fue el que más nos gustó. Era una habitación enorme, tenía un pequeño saloncito, donde estaba la tv y el teléfono, con unos sofás, lamparita y una mesita centro baja, perfectamente decorado todo. En algunos sitios habían dejado pétalos de rosa sobre servilletas. El aire fue lo primero que encendí, funcionaba, y como funcionaba. Esta entrada-salita, daba paso por una puerta a la habitación, donde vimos una enorme cama, formada por dos colchones separados pero hecha como si fuera una sola. En la habitación había dos puertas más, además del armario. Una daba paso a un cuarto de baño completo, con su bañera y hasta su secador. La otra daba paso a una cocina, que a su vez tenía otra puerta que daba a una pequeña terraza. Aquello no era una habitación, aquello era un apartamento y nosotras supimos en ese momento que ninguna habitación de ningún hotel nos iba a gustar tanto.
Fuimos a cenar, Abdel se encargó de poner en nuestra mesa a dos angelitos que viajaban solos y que a partir de ese momento serían Canela y Sésamo (empezaba nuestra particular selección de especias y condimentos).
Y por fin llegó el momento de enfundarse el bikini e ir a la piscina. Tras un recorrido por el laberinto (sin Minotauro, gracias a los dioses) llegamos al jardín donde estaba la piscina. Era sencillamente perfecto. Una barra donde disfrutar de una cervecita (royale special) y una piscina perfectamente iluminada y que para gozo de los que nos gusta nadar, no cerraba a ninguna hora. No me lo pensé dos veces: me despojé del pantalón y me metí al agua después de la necesaria ducha. Tres o cuatro piscinas después, a crowll y braza, me di cuenta que me estaba mirando. Desde su mesa, acompañado de su pequeña historia de este viaje, me miraba disimuladamente. Observaba cada movimiento, cuando salía del agua, cuando me volvía a meter, cuando tomaba ¿el sol? (quizá mejor decir la luna o las estrellas). No le di importancia, pero no voy a negar que me gusta el juego de la seducción, y eso tenía mucho de juego... Empezaba a oler a Menta...
Una cerveza, varias piscinas y muchas risas después, decidimos irnos a la habitación para ducharnos, algo que resultó complicado, y por fin salimos de nuevo a la terraza con las dos cervezas que nos habíamos reservado. Hay Pando, que bien te sentó tu primera cerveza... Y la segunda.
Las dificultades con la ducha habían traído como resultado un avispado segurata, que distrajo un rato a mi querida pando, y del que probamos otras especias típicas de Marruecos, pero al final el cansancio y el relax me pudieron y me fui a dormir.
Al día siguiente, como siempre a las ocho fue hora de partir, y después de un desayuno delicioso, con su zumito de naranja, té con leche y tortita de maíz con miel, llegó la hora de subir de nuevo al jeep y dejar atrás aquel hotel... Cuantas veces lo recordé durante el viaje.
Besos y sed felices.

jueves, agosto 10, 2006

4x4


Nunca había ido en 4x4. Bueno, miento, recuerdo una vez, cuando tenía unos 12 años. Fue el viaje de fin de curso de octavo. Fuimos por el norte de Cataluña, por los Pirineos, y hicimos una excursión al lago San Mauricio en jeep. Pero de eso hace ya mucho.
Lo cierto es que un jeep, propiamente dicho (es obvio que no hablo de los modernos) no es especialmente cómodo. Aún así me gusta. Tiene esa potencia, esa fuerza. Te sientes segura dentro de un 4x4, aunque en el fondo no son tan estables como parecen.
Creo que lo más divertido, sin duda, es ir por la pista, atravesar mares de arena con un jeep al atardecer, mientras las últimas luces del día se van, y el sol se esconde por el este, por detras del coche. Miras por la ventanilla y sólo ves arena y los otros coches, corriendo en paralelo. Se apodera entonces esa sensación de libertad, de estar lejos de todo y más cerca de tus sueños de lo que nunca has estado.
Las estrellas empiezan a aparecer sin permiso en el cielo, todas, no falta ni una, todas acuden a la cita, y mientras el conductor sigue trotando a través de la arena naranja, tu te preguntas como pueden saber la dirección. sin ninguna ayuda electrónica, sólo su conocimiento... Y sólo te lo preguntas por un momento, porque es tal su seguridad al volante, que sabes que ellos saben donde van.
El sol se ha ido definitivamente, la oscuridad rodea el 4x4 y sólo llegan las luces de los otros coches. De pronto paramos, bajamos y a lo lejos vemos nuestro destino. De la nada surge un campamento, y por un momento en tu mente se dibuja una linea que une tu ciudad, tu casa, hasta tu familia, con esa otra realidad tan diferente...
Besos y sed felices

miércoles, agosto 09, 2006

La expedición

Las risas dieron paso al asombro, subimos a la habitación y nos quedamos un rato mirando embobadas aquel patio interior que tenía el hotel, como un claustro, con sus mesitas estilo arábico.
La habitación, más bien normalita, carecía de aire, pues el aparato no funcionaba, pero a nosotras eso no nos importó, a fin de cuentas era una noche. abrimos las ventanas y vimos los primeros mosquitos africanos. No dudamos en embadurnarnos de insecticida... Creo que sólo volví a hacerlo la noche del desierto.
Al levantarnos, corrimos a desayunar, con nuestras maletas bien cerraditas, después de la consabida pelea para poder cerrarlas, y con nuestro traje de expedicionarias.


Los jeeps nos esperaban a la puerta. Y entonces conocimos a Al Hamid. Nuestro conductor. Verver auténtico, procedente de Zagora, alto, de pelo excaso, piel oscura, bigote y mirada dulce. Creo que es la mejor persona que he conocido en este viaje. O una de las mejores.
Durante todo el tiempo que fuimos en jeep, nos cuidó, se preocupó por nosotras, nos invitó a tés calientes, que nos ayudaban a regular la temperatura, nos enseñó a ponernos el pañuelo tuareg, y regateó el precio por nosotros.
Y como conducía. Al principio pensamos que estaba loco. Esos esquives con los burros, con las motos... El nos decía que conducir allí era muy difícil. Y nosotros, todos los que íbamos en el jeep decíamos para nosotros "si, si dificil tiene que ser conducir de esta forma, eso seguro". Pero Al Hamid Amid nos demostró quien era al volante cuando tomamos la pista. Corría como nadie, esquivaba los baches, evitaba en lo posible los saltos, y sobretodo nos lo hizo pasar de miedo. A mi me gustaba picarle, para que corriera más y fuera el primero de todos.
Por muy loca que pareciera su conducción, ahora puedo decir que nunca en la vida me he sentido tan segura. Un guía, Amine, nos diría después que todos los conductores tenían mucha experiencia.
Al subir al jeep reconocí a la otra parejita que había venido con nosotros en el avión. Olatz y Jon. Y conocimos a Rosa y Pedro.
Entre todos, los siete que ibamos en el 4x4 y junto con los otros jeeps, en total ocho coches, formamos un equipo. Aquello era como un gran hermano. A partir de ese momento íbamos a pasar mucho tiempo juntos...
Y me olvidaba del nuevo Guía, Abdel y su aprendiz, Ismael. Abdel tenía el encanto de los hombres del norte de áfrica, esa mirada, esos labios gruesos... Ismael, tímido y callado, era en realidad un encanto. Me enseñó algunas cosas de árabe mientras cenábamos en la jaima.
Besos y sed felices

martes, agosto 08, 2006

Marrakech a primera vista



Al llegar al aeropuerto, incidente en aduana con mi profesión (no es fácil explicar que una es locutora de radio), y es que aquel tipo, el policía de la frontera, gendarme para ellos, me preguntaba en que emisora trabajaba, pues si había entendido que fuera locutora de radio.. Pero yo estaba cansada y no le comprendí, así que se me fue la mano al gesto que sin pensar fue demasiado descriptivo... La tercera, y la más duradera, pues sería la broma más frecuente durante todo el viaje...
Tras el pequeño malentendido y unas risas por parte del gendarme, salimos de aquel aeropuerto que, la verdad, después de la enorme T-4 se nos antojó pequeño. Tras unos enormes y dulces ojos negros se escondía sonriente Yousseff, el primero de nuestros guías. Amablemente nos explicó que nuestro hotel era el hotel Ayoub.
Y empezó nuestra expedición por medio de Marrakech. Yousseff nos comentaba las avenidas y barrios que atravesábamos, pero en el fondo no escuchábamos. No tenía ojos bastantes para abarcar cada calle, cada luz, cada edifició que veía ante mi... Durante un momento pensé: "Vaya, pues aquí no conducen mal, debe ser sólo en Egipto" pero eso me duró lo que dura un pensamiento pues antes de acabar de formular la frase en mi cabeza, el conductor del autobus casi se avalanza sobre unos chicos que cruzaban la calle... Todavía me estaba reponiendo del susto cuando de pronto una moto se cruza en su trayectoria, la cual no varía ni un centímetro y yo con el corazón en un puño mientras aquel loco del volante parecía estar en plena partida del carmageddon..

Medio infarto después y cuatro bocanadas de aire rápidas, llegamos hasta nuestro hotel. Ante nuestros ojos un edificio rosa, del mismo color que los sueños que poco a poco tomaban forma, y una sonrisa... bueno unas risas (todavía nos duraba el efecto de nuestros malentendidos).

Bajamos del autobús tres parejas, y entonces me di cuenta que ahí estaba aquellos dos que en la aduana de la T-4 me habían llamado la atención, el chico muy alto y la chica muy rubia... Habían venido con nosotras en el avión. Y también vi a aquella otra pareja, no me fijé mucho en ellos. Pero ellos sí se fijaron en nosotras y nuestras risas, que no paraban. Ya no podía más que llorar de tanto reír. Allí estábamos, en aquel recibidor que se nos antojó especialmente bonito, con sus pequeños taburetes, sus mesitas de mosaicos coloridos, mosaicos en las paredes, ese conserje... (nunca imaginé que los hombres de Marruecos pudieran llegar a ser tan guapos). Resultaba tan complicado rellenar esa dichosa ficha que, por cierto, siempre hay que rellenar en este país. Y otra vez la preguntita de marras... En que trabajo. Pues esta vez no pienso explicarlo, que luevo viene el cachondeito. Y de donde venimos (Y de paso a donde vamos) Pues venimos de Valencia, y entonces Yousseff, desde esa mirada encantadora (me perdí en esos ojos una y mil veces) nos explicó entre nuestras risas (no había forma de parar de reír) que no era de donde veníamos realmente, si no desde donde había salido el avión...
Y allí estábamos, las dos, con la risa como único lenguaje, con nuestras enormes maletas, nuestras mochilas y nuestra ilusión. Con la felicidad como abanderada y con esas miradas, esos ojos que nos miraban sonrientes desde el otro lado del estand de recepción. Y Yousseff, mirándonos y aguantando la sonrisa, por no resultar poco correcto, mientras nos despedía amablemente hasta el día siguiente, no sin antes dejarnos su número de teléfono, por si ocurría alguna incidencia más en el viaje... No volvimos a vernos, lástima.
Besos y sed felices

lunes, agosto 07, 2006

La partida

Ocho de la mañana, hora española. Nos despertamos con cierta dificultad. Kai no se decide a abrir sus ojos dulces, mientras estira sus patazas... Le miro, sé que durante ocho días le voy a extrañar tanto... Pando me mira y me sonríe ¡Tata, que nos vamos! y las dos nos levantamos de la cama rápidamente. preparamos las últimas cosas, unos bocadillos para el viaje, pasaremos el día entero viajando, arreglamos a Lula, que se quedará en casa, y recojo las cosas para Kai, que se va a sus vacaciones particulares.
Salimos hacia Valencia, hay que coger el tren a Madrid, pero primero hay que aparcar el coche, todo el camino cantando una ranchera que será la banda sonora del viaje, la ilusión dibujada en nuestra cara, las sonrisas radiantes y unas maletas repletas de ilusión... Y de equipaje.
En la estación, hasta las vías parecen decirnos adiós, miramos los trenes, las tiendas, tomamos café nerviosas y descubrimos con horror que los bocadillos se quedaron olvidados en el coche... Sin suerte, vaya por dios, volveremos con perfume...
Las 15h15 y el tren sale de Valencia y nosotras vemos a la ciudad decirnos "¡Hasta pronto!" y sabemos que Marrakech ya está un poquito más cerca y nuestros sueños se vuelven mientras un poquito más reales. El tren traquetea en la via rápido, su canción alegre, un clásico renovado que me hace pensar por un momento en mi querido Buster Keaton y en su General.. Hay si la General levantara la chimenea... Pues esta descendiente suya, que ya no luce vielas ni hermosas chimeneas bermellón, vuela por la vía, y aún así se nos antoja que va lenta, será que nuestro corazón late deprisa por llegar a nuestro destino...
Desahogamos nuestra desesperación con un pobre diablo al que se le ocurrió ser demasiado quisquilloso, y eso le valió ser el centro de nuestras risas durante medio viaje, y el otro medio también.. Ay, mi querida Pando, mira que somos malas cuando queremos, si es que no podemos esconder las marcas de nuestras alitas caídas...
Madrid, destino final de nuestro trayecto ferroviario, se empieza a vislumbrar, cuando el reloj marca las siete y el sol sigue su camino poniente. Entramos en Atocha, y al bajar los amigos que nos esperan para acompañarnos, o simplemente recibirnos. Que bueno es tener amigos. Rubén nos acompaña hasta el aeropuerto, y menos mal pues las maletas no solo las cargamos de ilusiones, y no veas como pesan, se han convertido en una prolongación de lastre de nosotras mismas, y cuando más andamos más nos cuesta arrastrarlas...
Dos metros y un autobús de línea después, llegamos a Barajas, T-4, temerosas de ser otras más de las vícitmas de esta terminal enorme y laberíntica, y la pregunta se dibuja en nuestra boca, mucho antes de que nuestra mente la analice: "¿Dónde están las Salidas?" Nos miramos a los ojos, mientras de reojo observo que Rubén ya sonríe malicioso.. ¿A quien se le ocurre? Dos chicas preguntado por las salidas... La respuesta fácil nos da paso a la carcajada, que nos roba un poco las fuerzas para estirar de nuesto lastre, mientras encontramos el camino a las Salidas, las de avión se entiende, y justo al final de todos los touroperadores el nuestro, donde intercambiamos el papel que hablaba de un sueño, por la realidad de unos pasajes a otro mundo.
Llegamos a la aduana, y de repente nos preguntamos por nuestras maletas-lastre, tanto tiempo con ellas arrastrándolas que ya las notamos como prolongación y ahora que ya no están creemos haberlas perdido. No, las maletas nos esperan en nuestro avión. Estamos a la puerta de la frontera entre nuestra realidad y nuestro sueño, y Rubén nos dice adiós. Gracias le decimos, y siento cierta tristeza, hacía tiempo que no nos veíamos, pero me alegra verle, sin duda, que bueno es tener amigos.
Una chica risueña nos pide que nos desprendamos de objetos metálicos y llega la segunda pregunta formulada sin pensar ¿Los anillos también? pregunta hecha acompañada de cierto gesto con ambos dedos anulares... La chica me dice que no, se ríe y me replica "no hacía falta el gesto" y yo me quedo mirandola y entonces caigo en la cuenta que la envié sin querer a freír espárragos, por decirlo suave. El Guardia civil riéndose, yo cambiando a bermellon mi cara, cual camaleón, y una parejita que me llama la atención, tal vez porque ella es muy rubia y él muy alto, pasando la aduana ajenos a la broma.
Un tren sin conductor (¿qué diría a esto Mr Keaton?) nos lleva a lo que nos dicen, es el satélite,desde donde sale nuestro avión, y paseamos por un rato en tierra de nadie, compramos perfume y cenamos más de lo que quisíeramos. Pasa el rato, con frío, el aire demasiado fuerte en esta terminal algo silenciosa, abandonada, tal vez es demasiado nueva y eso se nota. Y es el momento del embarque, yo perdida buscando algo con que calentarme y Pando llamándome desesperada "¿dónde estás? Corre que no nos vamos" Y yo corriendo por los pasillos automáticos, corriendo, y resbalando, buscando la dichosa puerta de embarque que, como no, es de las últimas, y por fin la veo, casi me quedo sin cámara "Pando, ¿y la cámara?" "ups, está ahi" casi hago papilla de Pando, menos mal que Eros estaba a salvo, sólo algo olvidada...
Cámara, mochilas y sonrisas, toda nuestra carga de cabina, y el chico de la puerta nos sonríe y el avión ya está calentando sus motores "Tata, que ya nos vamos" y el avión nos acoje, como la matriz de un sueño que está apunto de ser real.
Una azafata nos da instrucciones en árabe y francés, ambos idiomas casi desconocidos ahora, ya veremos a la vuelta. Se encienden las luces de abrocharse el cinturón, el avión se mueve, se alinea con la pista y empieza su carrera y siento que voy en un F1, me gusta esta sensación de velocidad. Levanta el morro, apunta hacia las estrellas y las luces se hacen cada vez más pequeñas. Desde arriba, las carreteras brillan, reconozco ciudades según sus luces, el cielo se adivina oscuro y Marrakech está un poquito más cerca.
En la cabina las azafatas nos sirven algo de comer, ¿otra cena? ya van dos. Vemos por la ventana el estrecho de Gibraltar y el norte de Africa y sabemos que en breve llegaremos a nuestro destino. Por fin.
Las luces del cinturón se encienden, el avión empieza a alinearse en el cielo con la pista, baja el morro, saca las ruedas, y descendemos hasta tomar tierra africana. Ya hemos llegado, por fin.
¡Tata, que ya estamos!

Besos y sed felices

domingo, agosto 06, 2006

Siempre nos quedará... Marrakech




Dos horas menos que en España... Las siete de la tarde y el sol desciende después de habernos ajusticiado sin compasión durante el día.
Djemaa-el-Fna revive. La gente sale a la calle, suena la música, las mujeres pintan tatuajes de henna bajo sombrillas que ahora están cerradas, en pequeños taburetes de plástico. Tambores por todas partes sonando. En la entrada quedó el olor a cuadra y orines de los caballos, que ahora se ha cambiado por olor a cordero asado, taillín, pinchos y couscous que se cocina al aire libre para todo aquel que se atreva a probarlo.
Mientras andamos, a nuestro alrededor aparecen mil ojos, que se convierten en guardianes dispuestos a acompañarnos, ayudarnos a regatear, seducirnos con esas miradas que sólo he visto en Africa...
La luna brilla intensa en el cielo, aunque sabemos que pronto se irá, todavía no sabemos bien por qué la luna en Marrakech se va tan pronto a dormir. Las estrellas llenan el cielo y conforme nos adentramos en el Zoco de Djemaa-el-Fna, resuenan diferentes voces y músicas, en el aire flota un aroma a especias indescriptible y me siento, nos sentimos fuera de todo, en otra parte, en otro mundo donde todo es posible, donde olvidar y sonreir se hace tremendamente fácil.
Desde el cielo estrellado de unos ojos profundamente negros y sonrientes, nos llega un saludo, un amigo, que ya no olvidaremos... Senegalés de nacimiento y marroquí de adopción, percusionista y risueño, dulce amigo incapaz de negarnos nada y conocido por todo el mundo, es el rey, sin duda.
Mientras nos habla de sus tierras, la propia y la de adopción, nos pasea en el laberinto del zoco, perdiéndonos entre callejuelas y placitas, donde comerciantes risueños nos ofrecen sus productos, y resulta difícil no entrar en el juego del regateo.
Poco a poco la luna se despide, el cielo se queda sólo con sus estrellas, la gente empieza a irse, con pereza, y los puestos a cerrarse, la plaza se vacía y nosotras debemos irnos, pero antes un zumo de naranja es el puente que nos une, Valencia y Marraketch. Nunca pensé que un zumo de naranja pudiera saber tan diferentemente igual.
Volvemos al hotel, mientras los coches pasan casi rozándonos al cruzar las calles, repletas de gente que pasea, las calesas llevan a los turistas de una parte a otra de la ciudad y en el aire ese perfume indescriptible...
Y al girarme y ver de lejos la Koutubia, las luces todavía encendidas de Djemaa-el-Fna, los coches como locos por la calle, y las calesas, más de las que he visto en mi vida, mientras todavía remolonea en mi boca el sabor de la naranja, me doy cuenta que ya nunca podré ser la misma... Me he quedado atrapada por siempre en la magia de Marrakech...



Besos y sed Felices