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Atardece, gira la autovía y la veo a mis pies, bajo el cobijo de la sierra imponente... Me da la bienvenida, siempre hermosa, vestida con sus luces que empiezan a encenderse y mi corazón baila a su ritmo, cuanto te he echado de menos....
Sus calles, su río, que me lleva a mi destino, camino de la Sierra, la plaza de Carretas por la que tantas veces he pasado, la calle Navas por donde mis pies van solos, directos siempre a un mismo destino donde poder ver esas caras conocidas de nuevo, los besos, los abrazos y sentirse otra vez mimada como la niña que llevo dentro.
Una “pequeñita” y una tapita que acompañe, que bueno es reírse sin parar, y un paseo por la Gran vía, para subir la interminable cuesta del Albaicín y todo es bonito, hasta las alcantarillas. El olor a jazmín inunda las calles y allí al fondo, en la noche granadina, como una joya refulgente, brilla en lo más alto la Alhambra, enmarcada desde donde estoy por un jazminero que la rodea. Desde donde mires ella siempre está, vigilante, guardando la ciudad...
Y una caña después de la subida, que no hay una sin dos, y dos tapitas para acompañar, y más risas que nos vuelvan un poco más cercanos, que bueno es tener amigos. Que bueno es volver otra vez a pisar estas calles.
Pasaremos la noche entre calles estrechas, de pasada por Elvira, y emulando a quienes le dieron ese nombre, conquistemos sus rincones, que ya es nuestra, y nosotros de ella. Y una Piraat en la cervecería, que acompañe al shuwarhma de después y un pastelito con recuerdos a Djemaa-el-Fna, y camino a Buga, para hacer nuevos amigos y bailar toda la noche y al regreso un paseo por el río mientras la sierra nos mira y el Mulhacen, a lo lejos, sonríe...
Vuelve el sol, y salir a la calle, andar de nuevo por el camino de la Sierra dirección a Navas, donde ya espera la pequeñita y los amigos de nuevo, y otra tapita, y mientras la conversación nos enreda, las cervezas desfilan acompañadas siempre por esas delicias que salen del arte culinario de Leonidas. Y se me olvida que median 400km entre mi tierra y este rincón que hago mi casa, de okupa en la Alhambra, bebiéndome su sangre dorada a largos tragos, que no hay otra cerveza que sacie igual la sed... Y tenga tanto peligro. Subimos con la panza llena por el Camino de los Tristes, aunque nosotros vamos bien alegres, que no se diga, que no hay como saberse en casa y rodearse de quien bien te quiere, y en mis manos el amor de mi vida reteniendo para mi lo que mi memoria podría osar olvidar, y a cada disparo suyo, mi corazón late más deprisa y un paso más cerca del cielo, llegando a los jardines de palacio, donde el león aguarda tras su paso por manos expertas, ya remozado para que no se noten sus siglos, que ya son muchos los ojos que lo han visto, la lluvia que lo ha mojado, las batallas que ha vivido desde su patio, junto a sus once hermanos, mientras sostenían la fontana donde las palomas bebían, dejando surtir el agua de sus fauces como la vida misma...
Y bajar por el otro lado, dejando que el jardín nos envuelva, y las risas que nos acompañan todo el trayecto y tras una buena caminata, un paseo, y tres Shuwarhmas, de nuevo en Navas, para reponerse y la noche es testigo de otro día feliz, y las estrellas cómplices nos guiarán, de nuevo, por calles alegres, hasta que la lluvia haga su presencia y un taxista amigo me deje en casa.
Y vuelve el día, con lluvia y frío, aunque una vez en mi casa de la calle Navas, no hay frío, sólo risas, amigos, la Alhambra corriendo de su grifo y la nostalgia que empieza a avisar que ya se acerca la hora de partir, pero hay que retrasarla todo lo posible, hasta que las estrellas nos anuncien que ya no hay más tiempo y que es hora de regresar...
Pero antes es necesario un té en la tetería con sabor tuareg, y un momento de enlace entre dos tierras que amo, y mientras un trocito de corazón se queda en algún rincón de estas cuestas, otro clama desde las dunas y por un momento mis raíces ancestrales vienen a recordarme que alguna vez fui hija del desierto.
Llega la hora de la despedida, y besos y abrazos y sonrisas con miradas tristes, y la promesa de volver de nuevo, y al alejarme, veo Granada brillar con sus luces de neón y a lo lejos la sombra de la siempre presente Sierra Nevada, guardando su ciudad encantada, y un cielo lleno de estrellas que me guían hacia casa, y me dejan marcado el camino de regreso, que me he dejado un trocito de corazón en el Albaicín, para que oiga su latido cuando mire hacia el sur...
Besos y sed felices