Con la llegada del verano, llegan los recuerdos de veranos pasados. Yo recuerdo mi infancia, cuando al llegar el verano, íbamos un tiempo a la casa de la playa. Se trata de una casa familiar, formada por una vivienda en la planta baja y cuatro apartamentos distribuidos en dos pisos. La planta baja es de mis abuelos, mientras que cada uno de los apartamentos pertenece a cada uno de los cuatro hijos de mis abuelos, es decir, a mi padre y a sus tres hermanos.
Al llegar el verano, mis abuelos dejaban la vivienda invernal para trasladarse a la playa, y con ellos, iban llegando poco a poco, el resto de la familia. Se llenaba entonces la casa de risas, olores de comida, puertas siempre abiertas a todos, niños que correteaban escaleras abajo y arriba, y bicicletas aparcadas en el patio trasero. Mi abuela, siempre atareada, preparaba en la cocina de afuera "pebres farcits" y todo se llenaba con el olor a pimiento asado. Que ricos estaban. Cuando los hacía, los nietos y algunos "mayores" bajábamos a comer con los iaios. Y en aquella gran mesa nos juntábamos a degustar los pimientos, rellenos de arroz y atún negro en salazón, mientras mi abuelo contaba sus historias, y mi abuela sonreía, yo creo que le alimentaba más nuestra presencia que los pimientos.
Otras veces, en cambio, preparaba coques de dacsa. Eso era toda una fiesta. Creo que no hay nadie en mi familia a quien no le gustaran. Cuando las hacía, siempre aparecíamos alguno de nosotros por la cocina, entonces nos daba un trocito de masa, y jugábamos con ella, como si fuera plastelina. Recuerdo que alguna vez quise que se cocinara mi masa, pero sutilmente mi madre, o alguna tía, o tal vez mi abuela conseguían tirarla a la basura sin que yo me diera cuenta. Era lo más recomendable, dado el color parduzco que acababa tomando la pobre masa, después de sobeteos continuos de manos infantiles no siempre limpias.
Los domingos solía mi abuela cocinar paella o fideua. Entonces nos reuníamos toda la familia y era cuando se entendía aquella enorme mesa de comedor. No cabía un alfiler. Somos una familia grande. 12 primos y 10 adultos. Era divertido ver preparar una paella de carne (como dios manda) a mi abuela. La hacía al estilo de su Oliva natal, con "pilotetes". Mientras las freía, siempre íbamos todos, adultos y niños, a robárselas. Ella fingía un terrible enfado, cargado de ofensa, pues la estábamos dejando sin pilotetes para la paella. Pero todo era un teatro bien ensayado, pues con los años he comprendido que mi abuela hacía más de la cuenta, esperando que se las robáramos, y claro, el robo sin sus regañinas, no era robo. En el fondo se reía, ahora lo sé, disfrutaba con aquel juego en el que nosotros eramos auténticos piratas en busca de un tesoro muy preciado.
Durante esas comidas familiares, siempre se acababa igual. Aquellas sandías riquísimas, de rayas verdes, que le regalaban a mi abuelo, repartidas entre todos, y mi abuelo cantando. Las risas impregnando el aire de felicidad, mis tios y mi padre acompañando a mi abuelo en esas canciones "de toda la vida" con letras picantonas y divertidas... Era el mejor momento de pedir la propina, pues siempre te daban más, embriagados de vino y alegría como estaban. Los más pequeños, propina en mano, salíamos lanzados por la puerta, cogíamos nuestras bicis, que en nuestra imaginación siempre eran briosos corceles, y nos ibamos a por un helado....
Los días de verano tenían su propio ritmo. Me levantaba pronto, nada más adivinar el sol a través de la ventana, saltaba de la cama y corría en busca de mis padres para instarles a levantarse y así ir a la playa.
Desayunábamos, nos poníamos bañadores y bikinis y nos íbamos a disfrutar del sol y del mar. Había días que mi padre, mis tios y mi abuelo iban a "fer cloxines". A veces también iba algún primo de los mayores. Entonces volvían con las cloxinas (mejillones de esta zona) recién pescados y hacíamos un aperitivo, un bermut antes de comer... Que buenas estaban.
Las tardes de verano transcurrían tranquilas... Mi abuela se sentaba en la marquesina de delante, con sus bobinas de hilo y su aguja de ganchicho, y hacía tapetes, colchas... A veces le preguntaba que hacía y me decía que me estaba haciendo un cubre para mi ajuar. Ahora en las noches de verano, yo me cubro con el trabajo artesano de mi abuela...
Mi abuelo se sentaba junto a ella. Uno de mis tios acostumbraba a bajar con su libro, el que estuviera leyendo en ese momento, y lo leía en su compañía. Alguna de las nueras le daban charla a mi abuela, que hablaba distraida mientras contaba los puntos de lo que tejía con paciencia. Mi abuelo solía contar sus historias, de cuando estuvo en la guerra y lo apresaron, o de cuando conoció a mi abuela, o de tantas y tantas cosas vividas. A mi me gustaba escucharlo. Mientras la tarde caía y el jazmín endulzaba la brisa fresca de levante, mi abuelo me narraba sus historias, o me explicaba alguna cosa de su trabajo. Era soldador y otras muchas cosas. Hacía remolques artesanos que siguen teniendo fama en esta zona. El me contaba como los soldaba, o me hablaba de la infancia de mi padre, y yo me reía.. Entonces, cuando el sol ya estaba apunto de esconderse tras el perfil del Montdúver, mi abuelo me miraba y me decía "Esther, fem una tomaqueta?" Y a mi se me encendían los ojos: Iba a la cocina, cogía uno de esos enormes tomates de huerta, una lata de atún, el abrelatas, un cuchillo, la sal y la aceitera con aceite de oliva de ese espeso y dorado, tan fuerte que pica en la garganta. Mi abuela normalmente se levantaba, refunfuñando aunque sé que le gustaba esa complicidad entre mi abuelo y yo, y me ayudaba a coger las cosas. Mi abuelo cortaba el tomate a rodajas, con infinita paciencia artesanal, abría la lata de atún, espolvoreaba sal gorda sobre las rodajas rojas y brillantes del tomate, y lo rocíaba de aceite, esparciendo después el atún. Después nos lo comíamos despacio, saboreando cada bocado, de aquel tomate que sabía a tomate, mientras mi abuela nos lanzaba miradas cómplices... y mi abuelo sonreía, y me miraba y me decía "està bo, eh?" y yo asentía, con la boca llena y el zumo resbalándome en la comisura de los labios. Y al acabar siempre pasaba lo mismo, yo miraba a mi abuelo y mi abuelo me miraba a mi y entonces me decía con cara de pillo: "fem una altra?"...
Besos y sed felices.
5 comentarios:
¿Y por qué las cosas saben mejor en la memoria, me pregunto? Aunque la verdad es que no he comido mejores tomates que los de Gandia...
Y las naranjas, ¡para qué contar!
Si te he de decir la verdad, aquellos tomates grandes y gordos que los iaios siempre tenían en verano, al igual que las sandías, eran sin duda los mejores. Y mira que he comido tomates de huerta y recién recogidos, pero no sé, tal vez porque no eran para la venta, si no cultivados "para casa". O tal vez porque implicaban tantas cosas... No sé..
Besos
Dios mío, Esther, el paraíso perdido. Ahora que se acerca el verano es cuando uno recuerda esas cosas. La verdad es que nosotros somos menos en la familia, pero también me quedan recuerdos de la infancia en el pueblo. El año pasado conseguí pasar unos días por allí, me hice con las llaves de la casona de mis abuelos, ahora en ruina completa, y pasé allí un par de horas una tarde, acompañado de mi hija pequeña, que no comprendía qué podía ver yo en una casa oscura, vieja y polvorienta, donde incluso había crecido la hierba. Lo cierto es que se me cayó el alma al suelo al ver a qué estado había llegado. El único mueble que quedaba era la cama en la que murieron mis abuelos, que nadie se ha debido atrever a sacar de allí. Se me hizo un nudo en la garganta...
Por lo demás, mis andanzas por Valencia de la semana pasada han terminado por ahora. Gandía me quedó relativamente lejos esta vez, pero en agosto estaré algo más al sur que ahora. A ver si me paso por allí.
Bueno, Alf, te había contestado una de esas respuestas perfectas que el blogger ha decidido comerse, grrrrrrrrr... En fin intentaré reproducirla.
Te decía que es una pena que la casa de tus abuelos esté en estado tan lamentable, pero tal vez con un poco de imaginación puedas restaurarla, sería bonito, aunque si la estructura está afectada, arquitectónicamente hablando, entonces vas a necesitar dinero también...
En cuanto a tu visita, ójala sea cierta, y ójala realmente podamos encontrarnos todos: tus tres hijos, tu mujer, a la que por cierto conocí virtualmente el otro día, como supongo ya sabrás, Kai, mi nuevo perrito, que llegará a mi casa este sábado y yo.
A diferencia de la casa de tus abuelos, el chalet sigue existiendo hoy en día y sigue en perfecto estado, ya que seguimos yendo todos los veranos, toda la familia, pero claro ya no es lo mismo. Esas tardes de verano de ganchillo, tomates y viejas historias han quedado para el recuerdo.
Esta entrada la escribí como homenaje a mis abuelos, y concretamente a mi abuelo, recientemente fallecido. Creo que los buenos recuerdos es la mejor manera de despedirse de un ser querido.
Besos
Asias wapa, un placer tata, ya sabes donde encontrar historias jejejejeeje...
Besos
Publicar un comentario