miércoles, diciembre 27, 2006
Punto y... ¿aparte?
Hace unos meses, el dos de abril para ser exactos, los silencios interverbales se volvieron sonido. Empezó el programa de radio ligado a este blog.
Pero todo lo que empieza, acaba y este ciclo llega a su fin. El que les paraules no diuen tendrá hoy su último programa. Y lo que no dicen las palabras volverá a ser secreto... O parte del silencio.
Esta noche, los silencios interverbales se despedirán de las ondas. Al menos de momento. Tal vez con el tiempo vuelvan.
Sin embargo, seguirán dejando sus huecos y sus entrelíneas aquí. De momento aún hay secretos para escribir y silencios que merecen ser contados.
Un beso para todos los que habeis intentado escuchar lo que las palabras no dicen. Otro beso para los que lo habeis logrado.
Besos y sed felices
martes, diciembre 19, 2006
sábado, diciembre 09, 2006
A veces ocurre
"Tengo la extraña sensación de que ya nos conocemos, ¿tú no?, es extraño pero no dejo de repetírmelo…”
Vino de frente, me miró a los ojos desde esa mirada azul intenso y me volvió a preguntar “¿Seguro que no hemos hablado antes?” Negué con la cabeza y seguí mi camino, me giré un momento, le vi mirándome y no pude evitar parar mis pies, mi mirada clavada en la suya, me perdía en el mar revuelto de sus pupilas, era como un imán, necesitaba, me urgía, era preciso desandar mis pasos, llegarme hasta él de nuevo.
Aún no sé por qué lo hice, sólo sé que mis pies me llevaron hasta sus pies, que mi cuerpo se dejó abrazar por sus brazos, que mis labios se perdieron envueltos entre los suyos. Que ese momento duró una eternidad, que el mundo desapareció y de repente sólo estábamos los dos.
El beso duró lo que tarda una gota en caer de una rama, lo que el sol en recorrer el cielo, el mismo tiempo que existe entre el silencio y la palabra. Y entonces el azul intenso de su mirar se mezcló con el chocolate de mis ojos, su dedo se posó, como una mariposa, sobre mis labios, prohibiendo el paso a la palabra que ya no sería pronunciada, enmarañó mi pelo con su mano, retiró el sello de mi boca para abrazarme, como si temiera que fuera a salir huyendo, y volvió de nuevo a besarme, despacio, lentamente, con la dulzura de todos los besos que alguna vez me han dado, con el calor de todos los fuegos, con el sabor de todas las frutas y esa forma enternecedora de decir “Te amo” sin hacerlo y mi cuerpo temblando, sin comprender cual fue la causa de ese momento exacto en que sin saber ni por qué ni como todo había perdido sentido y todo lo había recobrado.
Me sugirió, abrazándome tiernamente, tomarnos un café y le seguí, no recordaba ya que tenía que hacer ni donde iba con tanta urgencia. Todo mi mundo en ese instante estaba justo enfrente de mí en esos ojos, en esa boca, en esas manos.
Pasamos toda la tarde hablando, y llegó la noche y aún seguíamos en aquel café, las manos entrelazadas, embelesados mirándonos, y el café frío, intacto en las tazas. Cerraron y fuimos a cenar algo, por no perder el compás de nuestros pasos, pero la cena corrió la misma suerte que el café, y quedó en los platos, olvidada.
El tiempo pasaba y no corría para nosotros, nuestra clepsidra se había parado justo en el primero de nuestros besos y jugábamos con su agua, haciendo dibujos en el aire, sueños en sus gotas, besos de minutos, minutos como caricias, y caricias parando el tiempo. Pero la noche no es eterna y el sol vino a buscarnos a la orilla de la playa, mientras seguíamos abrazados, dejando que el mar nos besara los pies, como lecho la arena y las estrellas nuestro manto.
Han pasado los años y cada vez que le miro sigo viendo el mar revuelto en sus ojos, y él sigue bebiendo el chocolate de los míos. Pueden pasar minutos y horas mientras nos miramos sin más que hacer que hablarnos sin hablarnos, y entonces una sonrisa lo dice todo y un beso sella el momento y otra vez el cielo parece quedarse a la altura del suelo.
Cada vez que recuerdo aquel primer día, aquel instante en que sin querer, queriendo acabe en sus brazos, sonrío al recordar, sobretodo aquel momento, el sol marcando el mediodía del día siguiente, en que fue necesario decirse “hasta luego” un hasta luego que duró un mundo, aunque sólo fueran unas horas. Ese momento en que al despedirse de mí, a la puerta de mi casa, me volvió a mirar y, cogiéndome las manos, me preguntó: “¿Cómo te llamas?”
Besos y sed felices